Parques nacionales… puro bla, bla, bla
Se escribe mucho sobre el cambio climático y de cómo impacta con temperaturas altas récord, sequías prolongadas, deshielo de glaciares, tormentas más intensas y el creciente nivel del mar, entre otros fenómenos.
Por Alejandro Ramos Magaña
Se escribe mucho sobre el cambio climático y de cómo impacta con temperaturas altas récord, sequías prolongadas, deshielo de glaciares, tormentas más intensas y el creciente nivel del mar, entre otros fenómenos. Sin embargo, hay casos muy particulares por su ubicación regional, pero con impactos globales, que pocas veces se convierten en temas de agenda nacional, un tanto por las omisiones de los políticos, y por la otra, debido a las flaquezas del reclamo social organizado.
Hablamos de los parques nacionales, que en el caso de México no están en las prioridades de una agenda de Estado de seguridad ambiental. Somos un país en que cada año se incrementa la escasez de agua, principalmente, en las ciudades capitales muy pobladas y con robustas economías, pero a esas fábricas de agua se les deja que, la misma acción del hombre, las degrade o las destruya.
Los cambios de uso de suelo enfocados a la ganadería y la agricultura, así como la tala clandestina, plagas e incendios forestales se han encargado de disminuir y degradar amplias superficies de masa forestal. Y este daño está vinculado al clima y al agua. El impacto es regional y global, la estabilidad ambiental está en riesgo. Es como una tormenta perfecta que se avecina, la tenemos enfrente, pero la gente no ve fácilmente hasta que impacta y golpea a la estructura social.
Eso es lo que ha ocurrido de forma acelerada, al menos en las últimas cuatro décadas, en el Parque Nacional Iztaccíhuatl-Popocatépetl (creado en 1935 para proteger la Sierra Nevada y en 2010 declarado por la UNESCO como Reserva de la Biosfera Los Volcanes) con una superficie original de 96 mil 600 hectáreas, pero actualmente posee 39 mil 819 hectáreas, ya que en 1947 se le redujeron por decreto gubernamental sus límites ‒igual que otros parques‒, para permitir la explotación forestal a las fábricas de papel. El 11 de febrero de 1992, durante el gobierno de Salinas de Gortari, se publicó el Acuerdo en el Diario Oficial de la Federación en el que se declaraba extinguida la Unidad Industrial de Explotación Forestal, que tuvo a favor las Fábricas de Papel de San Rafael y Anexas, S.A.
Este parque nacional es una importante zona de recarga del acuífero que abastece a los valles de Puebla, Morelos y Estado de México –estados en los que se ubica‒, pero en amplias extensiones sobresale la superficie erosionada, que impide la infiltración del agua pluvial al subsuelo. Existen áreas, donde antes se erigían robustos árboles, que ahora cedieron la superficie a los pastizales, los cuales son el alimento para la ganadería extensiva.
Además, otro enemigo de este bosque es la propia gente, que por años lo ha maltratado al contaminarlo con basura, por el robo de tierra, la extracción ilegal de material pétreo como grava, arena y balastre, así como el despojo de flora y fauna.
Este parque nacional (como la mayoría de los 67 que tiene México) ha sido poco valorado por las autoridades federales en turno, y cada vez es más vulnerable por la actividad humana ‒ejidatarios de la región y personas externas‒, ya que la explotación irregular de madera con fines comerciales se mantiene y los cambios de uso de suelo siguen sin freno afectando la biodiversidad y los servicios ambientales que brinda esta zona natural.
Existe un factor de fondo que se debe considerar con los parques nacionales ‒y que algunos investigadores han señalado con oportunidad‒, y es la cambiante política sexenal, y como estas zonas no contribuyen a la economía nacional, entonces no se les ha dado la importancia que merecen. Y menos ahora con el actual gobierno federal que, desde hace tres años, ha venido reduciendo las partidas presupuestales para los programas de conservación de los recursos naturales del país.
En los Planes Nacionales de Desarrollo, de cada sexenio, no se define ninguna estrategia para los parques nacionales, y en el mejor de los casos, los gobiernos locales sólo los promueven como espacios para el turismo de campo que se focalizan en pequeños espacios, y el resto de la superficie se le deja a la deriva.
Si bien es cierto que existen programas operativos anuales y planes de manejo para estas áreas naturales, éstos se quedan cortos por la falta de presupuesto y de recursos humanos. En el caso del Parque Nacional Izta-Popo, lo administran 12 personas, incluidos seis guardabosques, todos adscritos a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). Y los guardianes muchas veces ni para gasolina tienen.
Algunos esfuerzos privados han sobresalido para la conservación de los bosques, pero no están en la estrategia nacional.
El marzo de 2008, las entonces autoridades de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) firmaron un convenio con la Fundación Produce Puebla, AC, y Volkswagen-México para impulsar un plan de restauración ambiental en una superficie de 200 hectáreas del Parque Nacional Izta-Popo a más de 3,900 metros sobre el nivel del mar. Y el convenio otorgó el resguardo de las 200 hectáreas por 10 años a VW-México
El corporativo automotriz aportó 400 mil dólares para la plantación de 300 mil pinos de alta montaña ‒tarea que cubrió durante dos años‒, y proyectó la construcción de 11 mil fosas de captación de agua pluvial y de deshielo para infiltrarla al acuífero, y se le dio mantenimiento a otras 25 mil fosas que habían sido construidas durante los gobiernos de Zedillo y Fox.
Si bien se trató de un esfuerzo loable, este proyecto de restauración ambiental se enfrentó durante y después del proceso de reforestación a la incesante práctica de la ganadería, que pese a un cerco de púas con postes de acero que se le instaló al perímetro de trabajo de 10 kilómetros lineales, casi todos días se tenían que estar sacando a los animales que sus dueños soltaban para devorar pastizales.
La empresa BIMBO también reforestó 1,800 hectáreas en dicho parque con más de un millón de ejemplares. Y también otras empresas y bancos se han sumado a los esfuerzos de reforestación y de educación ambiental, pero estas acciones terminan siendo esfuerzos parciales, ya que no se incluyen en estrategias de Estado.
En el Parque Nacional Izta-Popo habita el conejo teporingo (especie única en el planeta), conejos silvestres, venados, coyotes, ranas de alta montaña, águilas, halcones, víboras de cascabel y linces. Y se llegó a documentar que hasta la década de los 90 hubo pumas, pero debido a la caza furtiva y a la pérdida de su hábitat desaparecieron.
Otro problema que se tiene es la tuza, la cual se come las raíces tiernas de los pinos recién plantados, así como de jaurías de perros salvajes (que la mayoría fueron abandonados por sus dueños), y estos se comen al teporingo y conejos silvestres.
Y el crecimiento de los asentamientos humanos en forma desordenada también eleva la degradación del bosque, sobre todo hacia la zona de Amecameca, Estado de México, el cual es uno de los 13 municipios en donde se ubica este parque nacional.
Ante los serios retos que impone el cambio climático, es fundamental promover la conservación comunitaria en este parque nacional, y retornar el modelo ‒como lo plantean algunos investigadores‒, del área de nidación de la mariposa monarca, y para ello se deben ubicar zonas de alto valor dentro y fuera del parque. Este tipo de modelos se deberían empezar a replicar en todos los parques nacionales e incluirlos en los Planes Nacionales de Desarrollo.