Entre alertas y riesgos: hundimientos e inundaciones
Estamos en época de lluvias –aunque cada año las precipitaciones son menores– y con éstas vienen las inundaciones urbanas que implican riesgos, afectaciones y desastres.
Por Alejandro Ramos Magaña
Estamos en época de lluvias –aunque cada año las precipitaciones son menores– y con éstas vienen las inundaciones urbanas que implican riesgos, afectaciones y desastres.
El suelo de la Ciudad de México y Zona Metropolitana tiene hundimientos diferenciales, con un promedio anual de 10 centímetros, lo que significa estar 10 metros por debajo del nivel que tenía la capital del país en 1910.
Sin embargo, en la región oriente de la ciudad, donde tuvieron su esplendor los lagos de Chalco, Xaltocan y una parte del Lago de Texcoco, se tienen registros de hundimientos mayores de entre 20 y 36 centímetros por año. Y en esa zona es donde más ha crecido la mancha urbana en las últimas décadas, principalmente la presión la ejercen los municipios conurbados del Estado de México.
De acuerdo con los geólogos, estamos ante un fenómeno de alta gravedad, producto de la sobreexplotación del acuífero, del que hay registros de que se le extrae hasta el 240% del agua, seis veces más de lo recomendado –me precisa José Luis Luege, exdirector general de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Vale precisar que el acuífero de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (uno de los cuatro en que se encuentra dividido, para su gestión, el gran acuífero del Valle de México) presenta una extracción anual de 1,226 millones de metros cúbicos de agua y la recarga media anual se estima en 513; esto implica que la extracción se da en razón de 2.4 a 1, según datos de la Conagua.
Estos dos fenómenos: la sobreexplotación del acuífero y los hundimientos diferenciales del suelo van de la mano. Tenemos una seria crisis de desabasto de agua, y por el otro, las fallas geológicas generan socavones y grietas que dañan la infraestructura urbana y elevan la vulnerabilidad ante sismos de alta intensidad, como ocurre en Iztapalapa, Tláhuac y Chalco, principalmente. Además, los agrietamientos del subsuelo alteran significativamente la calidad del agua. Algo similar ocurre en las alcaldías Gustavo A. Madero, Iztacalco y Venustiano Carranza.
Entre 2007 y 2018, el Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex) realizó trabajos con la finalidad de dimensionar la evolución de los hundimientos y lo hizo con una red topográfica conformada con 1,985 bancos de nivel (placas de bronce de superficie ubicadas en las avenidas), de los cuales 18 son profundos (hincados sobre tubos una profundidad de 50 a 100 metros). Y con esta tecnología se registró que los hundimientos en la zona Centro de la ciudad es de entre 5 y 10 centímetros en promedio anual; de 20 centímetros en el perímetro donde se encuentra el Aeropuerto Internacional de la Ciudad la Ciudad de México (AICM), y los máximos valores de hundimiento los detectó en la zona oriente con rangos de 30 a 36 centímetros.
El fenómeno de los hundimientos es irreversible, pero se le puede contener por dos métodos –me precisó en 2017 el finado geólogo Federico Mooser–, uno es inyectando caudales de agua al acuífero y analizar el comportamiento del subsuelo para después impulsar otros proyectos hidráulicos de gran escala. El otro método es estabilizar al acuífero mediante la reducción sistemática en la extracción de agua e incrementar la recarga mediante la inyección de agua residual tratada con la tecnología más avanzada.
Lamentablemente cada administración establece prioridades y congela otras; se alteran procesos, se pierde personal calificado, y flaquean los presupuestos. Y mientras los hundimientos siguen y la oferta de agua es mucho menor a la demanda.
En el Instituto de Geología de la UNAM se tienen proyecciones de que, en los próximos 150 años, la Ciudad de México se podría hundir 30 metros adicionales, lo que impactará seriamente a la infraestructura urbana y al ambiente.
Esto reafirma que el fenómeno de hundimientos diferenciales es irreversible y que la ciudad está condenada a las inundaciones permanentes. Además, el acuífero perdería su capacidad de almacenamiento por el peso de la ciudad (el acuífero funciona como una esponja que capta agua por los poros, la almacena, pero cuando se le aplica un peso el líquido sale, y si se mantiene ese peso, aunque le inyectemos agua ya no volverá a almacenar agua en la misma dimensión).
El camino de la autodestrucción ha sido más dinámico que impulsar grandes proyectos para rescatar los cuatro acuíferos que abastecen al Valle de México, contener los hundimientos y mitigar la vulnerabilidad de la infraestructura urbana ante sismos e inundaciones.