Más allá del aire sucio
El acelerado crecimiento poblacional y urbano en México ha generado un desequilibrio ambiental que afecta ecosistemas, calidad del aire y salud pública. Conoce cómo la contaminación atmosférica, el cambio climático y la deforestación han intensificado la crisis ambiental y la prevalencia de enfermedades crónicas como obesidad y diabetes.

Por Alejandro Ramos Magaña
En México es importante considerar el impacto asociado al crecimiento poblacional en los ecosistemas, ya que los servicios ambientales que brindan enfrentan un acelerado deterioro producto en gran medida por las actividades humanas.
La característica de este crecimiento urbano es que, a lo largo de más de cinco décadas, ha sido desordenado, de tal manera que los instrumentos de planeación federal y estatales quedan sobrepasados debido a los débiles programas de ordenamiento territorial de las entidades. Y el resultado a la fecha es desastroso con un claro desequilibrio ambiental que cada año va en aumento. Se pierden anualmente importantes superficies de bosques, barrancas, cerros y selvas, y con ello el riesgo es mayor contra los principales elementos: oxígeno y agua, los cuales nos los brindan los ecosistemas sanos.
La actividad humana ha actuado, en el mayor de los casos, de manera irresponsable ante los servicios ambientales que brindan los ecosistemas. Hoy la crisis ambiental es mayor al estar vinculada al cambio climático.
El arrasamiento de superficies naturales junto con la deforestación y los cambios de uso de suelo también han alterado las cadenas alimenticias. Esta situación ha provocado que gran parte de actividad agrícola se sustente en uso intensivo de agroquímicos y pesticidas.
Las alertas ambientales no terminan en las metrópolis; el riesgo en que se encuentran los elementos: oxígeno y agua, exigen actuaciones inmediatas para conservar la biodiversidad.
Por ejemplo, el Valle de México lleva más de 40 años combatiendo, a través de diversos programas, la contaminación atmosférica, tal y como también lo hacen en las zonas metropolitanas de Monterrey y Guadalajara, entre otras regiones, pero se siguen utilizando gasolinas de mala calidad, se mantiene la quema de biomasa en el sector transporte y miles de industrias en todo el territorio nacional (incluyendo sus siete refinerías), no han modernizado su estructura productiva para disminuir emisiones y no contaminar tierra y agua. La opacidad reina en el sector industrial en cuanto al control de emisiones.
En 26 estados del territorio mexicano existen programas para mejorar la calidad del aire, pero en su mayoría no hay una evaluación de metas y todo queda en buenas intenciones, y con el mínimo o nula transparencia.
La mala calidad del aire en las zonas urbanas no sólo impacta la función pulmonar o cardiovascular de las personas, sino que también incide en el sobrepeso, obesidad y diabetes –la llamada epidemia del siglo XXI–.
En la última década, diversos estudios realizados en Estados Unidos, España y China, entre otros países, determinaron que la contaminación atmosférica es la responsable de causar diversos trastornos metabólicos e inflamatorios que desencadenan el sobrepeso, obesidad y diabetes, que se han convertido en un serio problema de salud pública. Este fenómeno se suma a los males congénitos que tienen algunas personas quienes desde pequeñas ya muestran signos de obesidad.
De acuerdo con la quinta edición del informe del Estado del Aire Global (SoGA) en conjunto con la UNICEF, que se difundió a fines de junio pasado por el Health Effects Institute (HEl, organización de investigación independiente sin fines de lucro con sede en Estados Unidos), la contaminación atmosférica provocó 8,1 millones de muertes prematuras en todo el mundo en 2021.
Si bien el número de decesos prematuros es de alto impacto, de igual forma los millones de personas que padecen las enfermedades crónicas, lo que se convierte en un severo problema para los sistemas de salud, como es el caso de México.
Este problema no es nada menor en las metrópolis, sólo fue rebasado por la pandemia de COVID-19, y de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), Estados Unidos y México lideran a nivel mundial los casos de obesidad en su población adulta y con males crónicos producto, entre otros factores, a la mala calidad del aire.
Cabe precisar, que el acelerado crecimiento de las metrópolis continúa elevando las emisiones de dióxido de carbono (CO2) con mayor calentamiento global y más concentraciones de emisiones tóxicas en la atmósfera. Por eso es vital mantener parques, bosques y selvas para purificar el aire sucio, y además, para elevar la recarga de los acuíferos, entre otras funciones esenciales para los ecosistemas.
En 2016, investigadores de la Universidad Duke (institución privada de alto prestigio en Estados Unidos) realizaron un estudio durante 8 semanas con ratones, hembras y machos, los cuales fueron introducidos a una cámara que contenía aire contaminado de Beijing, y al concluir el monitoreo resultaron con mayor peso del 10 y 18%, respectivamente, que otro grupo que vivió con aire limpio.
Junfeng “Jim” Zhang, quien coordinó la investigación, expuso que los efectos más significativos de aumento de peso se presentaron en periodos largos, en ocho semanas, y con menor sobrepeso en tres semanas.
Zhang alertó que los resultados del análisis científico traspolados al escenario humano hacen urgente la necesidad de contrarrestar la contaminación atmosférica ante el constante aumento de la obesidad en el mundo, el cual está altamente contaminado por la combustión de gasolinas, carbón y gas natural y LP.
La Universidad Case Western Reserve (otra institución privada de Estados Unidos) difundió en 2020 los resultados de otra investigación con ratones, en la que concluyó y reafirmó que existe un mayor riesgo a la obesidad y diabetes al convivir con exposiciones prolongadas a la contaminación atmosférica.
Dicho estudio fue publicado en Journal of Clinical Investigation y los investigadores determinaron que debido a factores ambientales a nivel mundial la prevalencia de obesidad se ha triplicado desde 1975 en adultos y menores de edad. Y advirtieron que a la obesogenicidad no se le ha dado la importancia que merece por la escasa evidencia epidemiológica.
Y a estos estudios también se sumó, recientemente, la Universidad de Washington (institución pública de EU), y su conclusión fue que existe una relación significativa entre la mala calidad del aire y la diabetes a nivel mundial. Uno de los investigadores del estudio, Ziyad Al-Aly, destacó que en 2016, y debido a la contaminación atmosférica, aumentó en 3.2 millones de nuevos casos de diabetes.
Dicho estudio fue publicado en la revista especializada The Lancet Planetary Health.
Además, en 2019 el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) llegó a las mismas conclusiones en un estudio realizado a 2,660 niños de entre 7 y 10 años de edad, de 39 escuelas primarias de la ciudad de Barcelona. Lo novedoso de esta investigación fue que se realizó en el entorno escolar, y el sobrepeso volvió a estar vinculado a la exposición prolongada de la contaminación del aire.
En varias entrevistas que este columnista le realizó al Premio Nobel de Química 1995, Mario Molina (1943-2020), el científico alertó que la mala calidad del aire, debido a la quema de combustibles fósiles, disminuía la función pulmonar y afectaba seriamente el sistema cardiovascular, principalmente por la contaminación de partículas menores a 2.5 micras (PM2.5) y ozono; además, los problemas de obesidad y diabetes los relacionó a factores ambientales y genéticos.
El científico Mario Molina advirtió que se necesitaban más monitoreos y mayor control normativo con las sustancias peligrosas como el benceno, tolueno y xileno, entre otros compuestos volátiles aromáticos (generadas por la quema incompleta de combustibles fósiles, fabricación de pinturas y uso de solventes), los cuales provocan cáncer de pulmón.
Según estimaciones de la OMS, en promedio anual fallecen 7 millones de personas a nivel mundial por enfermedades asociadas a la contaminación atmosférica, y precisa que el 92% de la población en el orbe respira aire contaminado.
Investigadores del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la UNAM advierten que mientras en Estados Unidos se tienen clasificados cerca de 187 compuestos tóxicos atmosféricos, en nuestro país no se tienen contemplados ni se monitorean sus concentraciones en la atmósfera de la metrópoli.
Además, hace falta un mapeo de alta precisión sobre las industrias, refinerías, termoeléctricas y sus emisiones. También se requieren datos actualizados sobre la situación de los ecosistemas del país, y qué programas e inversiones se tienen proyectados para conservarlos.
Y otra cuestión, en el país con la alta tasa de obesidad y diabetes– hacen falta estudios que profundicen sobre este problema, pues no solo la mala calidad del aire nos afecta, la pasada pandemia también atacó con fuerza a personas con estos padecimientos.
Hoy en día el ambiente es un importante factor de riesgo para la población; urge transparencia en este tema y que se impulsen novedosas acciones que aceleren programas transexenales para combatir la contaminación atmosférica y conservar los recursos naturales con planes efectivos de manejo y con recursos anuales garantizados.