Duro golpe al fenómeno migratorio

El criminal convicto, Donald Trump, regresó a la Casa Blanca con una sólida base electoral y respaldado por grandes grupos económicos multinacionales. Las primeras víctimas, de lo que él llama “hacer a Estados Unidos grande otra vez”, son los millones de migrantes irregulares (entre ellos 5 millones de mexicanos), a los que promete combatir con “medidas más agresivas “.

masclaro.mx
today 22/01/2025

Por Alejandro Ramos Magaña

 

El criminal convicto, Donald Trump, regresó a la Casa Blanca con una sólida base electoral y respaldado por grandes grupos económicos multinacionales. Las primeras víctimas, de lo que él llama “hacer a Estados Unidos grande otra vez”, son los millones de migrantes irregulares (entre ellos 5 millones de mexicanos), a los que promete combatir con “medidas más agresivas “.

El gobierno mexicano enfrenta, al menos, dos grandes retos: apoyar a los mexicanos deportados y reincorporarlos al débil sector productivo; y también qué política aplicará la administración de Claudia Sheinbaum en la frontera sur del territorio nacional para contener a las migraciones masivas que vienen de Centroamérica, el Caribe y de naciones sudamericanas, de África y Asia.  
Hoy por lo pronto, en México se encuentran varados alrededor de 6.3 millones de migrantes que en su mayoría buscan asilo político en Estados Unidos, y que no lo encontrarán en el gobierno de Trump.

Qué otras opciones tendrán en México los millones de deportados, tomando en cuenta que sólo en el primer semestre de 2024 se generaron 295,058 empleos, de acuerdo con el IMSS, y la meta del gobierno federal era crear 100,000 nuevos empleos cada mes, y sólo alcanzó la cifra de 49,177 al mes. Y prometerles de entrada apoyos a través de los programas sociales, vale precisar que México se encuentra muy gastado con dichos programas e inflarlos más provocará desestabilizaciones en otras áreas estratégicas del Estado mexicano.

La narrativa del gobierno mexicano es optimista, pero sólo puede ser coyuntural ante los embates de la política agresiva de Trump, que nos recuerda las épocas más oscuras del macartismo en Estados Unidos, entre 1940 y 1950.

Lamentablemente las migraciones no cesarán. Los impactos del cambio climático, la inseguridad y violencia desbordada, el
narcotráfico, desempleo y pobreza siguen provocando migraciones masivas en Centroamérica y Sudamérica, principalmente de Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Venezuela, Colombia y Argentina, y miles de personas intentan llegar a México y emprender su marcha a la frontera norte y buscar ingresar a Estados Unidos. Sin embargo, millones de esos migrantes se encuentran en las ciudades fronterizas de Tijuana, Mexicali, Nogales, Ciudad Juárez, Piedras Negras, Nuevo Laredo, Reynosa, Miguel Alemán y Matamoros, pero los municipios ya están rebasados ante la magnitud del fenómeno migratorio. Además, ya hay brotes de rechazo de las habitantes locales.

A algunos grupos de migrantes que se encuentran en la frontera entre México y Estados Unidos no les importa el regreso de Donald Trump a la presidencia de la Unión Americana. Tampoco quieren analizar la política de Tolerancia Cero, que promovió Trump en campaña. Tampoco les inquieta la amenaza de la expulsión masiva de migrantes de territorio estadounidense, y por el momento, tampoco les preocupa la designación en control fronterizo de Thomas Homan, quien se caracteriza por su “mano dura” contra los indocumentados.

Trump, a dos días de su asumir la presidencia, ya empezó su plan de deportaciones de los migrantes irregulares, pero los desplazamientos de miles migrantes continúan su marcha hacia la frontera con Estados Unidos. Las quejas entre los desplazados giran en la misma narrativa: lo crisis económica, la delincuencia organizada cada vez más violenta, y que sus tierras no producen debido a las prolongadas sequías. 

También este fenómeno migratorio empieza a elevar las protestas de los ciudadanos de Tapachula y Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, entre otros poblados, pues advierten sobre el caos urbano y de salud que están provocando al ocupar parques, jardines, canchas deportivas y espacios públicos en general, ya que la falta de higiene prolifera y muchos vienen con enfermedades respiratorias y gastrointestinales, principalmente.
La bomba social crece y crecerá en los próximos meses con Trump en la presidencia.

Entre 2019 y 2023, el gobierno federal mexicano registró la entrada al país de casi 133 millones de migrantes. Fenómeno que ya rebasó a las autoridades mexicanas, en tanto los países centroamericanos, del Caribe y sudamericanos guardan silencio.

 

EXTREMOS CLIMÁTICOS

El impacto climático ha creado el llamado corredor seco centroamericano —que abarca 1,600 kilómetros de longitud desde la zona limítrofe sur del estado Chiapas hasta la zona occidente de Panamá—, y que ha sido catalogado como el peor del siglo XXI afectando severamente a más de 4 millones de personas, que hoy demandan asistencia humanitaria y refugio. Nada fácil de atender y brindar solución a los desplazados.

Y en esta semana grupos “hormiga” de migrantes se desplazan por otros estados en busca de refugio temporal. Un buen número presenta enfermedades estomacales, pulmonares y de la piel, así como de males diabéticos y secuelas del COVID-19.

Los casos de COVID-19 no han desaparecido, y mientras en Guatemala se les exige pruebas negativas de este virus, en México no se les pide a este tipo de grupos migratorios; y en El Salvador, Nicaragua y Honduras son mínimas las pruebas que se aplican dentro de sus territorios.

Bien se sabe que los planes sanitarios, de refugio y seguridad son deficientes en México, y las autoridades municipales y estatales están desbordados ante este fenómeno que se podrá agravar durante 2025.

De lograr su objetivo de ingresar a nuestro país y se desplacen por todo el territorio mexicano, los migrantes pasarán por estados con altos niveles de inseguridad, y esto es aprovechado por el crimen organizado para reclutar jóvenes a sus filas criminales. Y lo otra dato grave es el cientos de mujeres han sido violadas y robadas.

Vale recordar que en la frontera norte de México se encuentran miles de indocumentados centroamericanos, sudamericanos, africanos y del Caribe, varados desde hace más de 3 años, en espera de poder entrar a Estados Unidos.

Recordemos que en 2020, el gobierno de Donald Trump presionó a México para controlar y contener a esas caravanas en nuestro propio territorio, y así se hizo, y ahora cargamos con este fenómeno sin programas firmes de refugio y asistencia social.

Obviamente, los migrantes confían que, en los primeros 100 días del gobierno de Trump, las cosas cambien a su favor, pero lo más seguro es que sean deportados y retenidos en México por tiempo indefinido. A un alto costo económico y social para el Estado mexicano.

Pero bien sabemos que sean demócratas o republicanos en el poder en Estados Unidos, la política de las deportaciones seguirán; recordemos la política migratoria del demócrata Barack Obama, cuyo gobierno (2009-2016) deportó a millones de indocumentados mexicanos y de otros países. Obama deportó a casi 2.9 millones de migrantes, mientras que Trump en su gobierno (2016-2020), expulsó a poco más de un millón. Sin embargo, Joe Biden deportó en dos años de su gobierno (2020-2024), a 2.8 millones de migrantes, y entre mayo de 2023 a mayo de 2024 repatrió a 775 mil indocumentados.

Ante estos escenarios nada bien le espera a México con el fenómeno migratorio en la nueva era de Trump, en el que el mundo no será igual. 

La pregunta obligada es: ¿Qué planes tiene el gobierno mexicano en la frontera sur del territorio nacional?, y ¿cuánto nos cuesta atender a miles de migrantes en campamentos y traslados? Por ahora sabemos que los municipios del sur y norte están rebasados, pese a los “maquillajes” que manejan las autoridades del gobierno federal, que para ellos todo está en orden humanitario.

También es la hora de que los gobiernos centroamericanos y sudamericanos asuman mayores compromisos con sus  compatriotas, pues hasta ahora el resultado es que no están preparados para escenarios de tal magnitud. Las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela presumen sus sistemas socialistas, pero cada año salen miles de personas en busca de mejores oportunidades de vida.