El crítico escenario de la salud urbana

Los problemas de salud urbana se han intensificado en las grandes ciudades del país por deficientes o desastrosas políticas de planeación. 

capital.mx
today 16/12/2024

Por Alejandro Ramos Magaña


Los problemas de salud urbana se han intensificado en las grandes ciudades del país por deficientes o desastrosas políticas de planeación. El crecimiento poblacional, como ocurre principalmente en las zonas metropolitanas, está desfasado de una estrategia integral y sostenible para brindar bienestar y salud a las personas, y por eso al crecer la mancha urbana en forma desordenada el impacto será de arrasamiento a los recursos naturales.

Por ejemplo, la Ciudad de México desde fines de la década de 1930 empezó un crecimiento poblacional sin precedentes debido a la concentración de los poderes políticos, servicios de salud y educativos, así como por las actividades comerciales e industriales que, al paso de los años, incrementó la demanda de servicios y de suelos. Y desde las década de los años 1980 las zonas metropolitanas de la CDMX y de Toluca, Estado de México, concentraban aproximadamente al 20% de la población del país.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha definido con claridad que el desarrollo urbano debe apuntar en garantizar la salud de las personas. Máxime si tomamos en cuenta la proyección que hace la ONU-Hábitat de que para el 2050 la mitad de la población mundial vivirá en zonas urbanas, y 2 mil millones de éstas lo harán en áreas marginales con deficiente infraestructura urbana.


En este sentido, las Zonas Metropolitanas de la Ciudad de México, Toluca, Puebla, Xalapa, Mérida, Guadalajara y Monterrey, entre otras, los problemas se multiplican y se agudizan sistemáticamente: mala calidad del aire, contaminación por ruido, intenso tráfico, “islas de calor” por la expansión de las superficies de concreto (que elevan la temperatura entre 5 y 10 grados Celsius más que en las zonas de la periferia), escasez y mala calidad del agua, pérdida de áreas naturales por el arrasamiento de bosques y montes. El espacio público enfrenta acelerados daños y deterioro (invadido por el comercio informal y por automóviles), todo esto coadyuva a elevar el estrés, la ansiedad y otros males cardiovasculares, pulmonares y mentales en las personas.

La propia OMS clasifica a la contaminación acústica, provocada por el severo tráfico vehicular, como un factor perjudicial sólo por abajo de la mala calidad del aire. Y en el caso de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México que, posee un parque vehicular con más de 10 millones automotores, el impacto no sólo eleva la contaminación atmosférica, sino que, de acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), genera pérdidas anuales de tiempo que equivalen a aproximadamente a 35 mil millones de pesos.

Durante la pandemia por el SARS-CoV-2 afloró también el tema sobre cómo replantear las políticas enfocadas a una eficacia y eficaz planeación urbana para las siguientes décadas, tal y como hoy ya lo empezaron a hacer países como Estados Unidos, principalmente en el estado de California con una nueva política de urbanismo llamada: “calles lentas”, cerradas para los vehículos y exclusivas para el peatón y la convivencia.

La gente durante la crisis sanitaria buscó los parques y jardines para ejercitarse o caminar sin el riesgo de contagiarse, pero ante la escasez de éstos, en el mayor de los casos sólo tuvieron como opción las banquetas (en muchos casos reducidas), camellones o los patios de quienes lo tenían en sus viviendas.

Algunos urbanistas han propuesto retomar experiencias internacionales para que se norme el cierren calles y avenidas al tránsito vehicular y dejar que la gente aproveche el espacio amplio para caminar y convivir, tanto en la pandemia como en la postpandemia. Otros expertos más plantean que se continúe con la política de movilidad de extender las ciclovías y conectarlas entre colonias y barrios, así como ensanchar las banquetas para privilegiar al peatón, en detrimento del automóvil que perdería carriles de rodamiento. La clave, dicen los urbanistas, está en la distribución inteligente del espacio público y en elevar la calidad de los servicios para abatir la desigualdad social.

Los especialistas de la OMS han reiterado que los espacios naturales como bosques, parques y jardines, ayudan a que la población reduzca el estrés, mejore su salud mental y en general de todo el organismo humano.

El golpe brutal de la pandemia fue obvio, y aún sin solución, pero también las enfermedades generadas por la acumulación de las malas políticas de planeación urbana siguen creciendo de forma silenciosa, y también la gente muere por éstas. En el sector salud se estima que, en promedio anual mueren prematuramente 25 mil personas en el Valle de México por enfermedades asociadas a la contaminación del aire. Además, Greenpeace México informó que existe evidencia científica de que la exposición a la mala calidad del aire aumenta el riesgo de infecciones graves y muerte por Covid-19.

La situación obliga a diseñar políticas públicas enmarcados en un nuevo paradigma sustentable, en lugar de continuar con la misma lógica de ir parchando las metrópolis lo que ha traído como resultado la situación crítica que enfermos.

Vale reiterar que la pandemia también impuso el reto de lograr entornos más saludables permanentes para el conglomerado urbano-regional.