El desastre de la huella hídrica
Los patrones de lluvias siguen cambiando a nivel global. En México cada año llueve menos y por consiguiente las sequías impactan más hasta los Estados donde se caracterizaban como grandes fábricas de agua.
Por Alejandro Ramos Magaña
Los patrones de lluvias siguen cambiando a nivel global. En México cada año llueve menos y por consiguiente las sequías impactan más hasta los Estados donde se caracterizaban como grandes fábricas de agua.
En los últimos 13 años el país ha enfrentado sequías históricas, y de acuerdo con la Comisión Nacional del Agua (Conagua), hasta este mes de julio las presas en toda la República presentaban un promedio de almacenamiento del 46%, siendo Sonora y Sinaloa los estados más críticos con niveles de 12.2 y 13.5%, respectivamente, con impactos severos en el sector agrícola. En tanto, el Sistema Cutzamala registró un almacenamiento del 33%, el más bajo desde el inicio de operaciones en 1982.
Los expertos aseguran que entre el año pasado y el que transcurre se ha alcanzado un récord histórico de sequía en 26 entidades del país, las cuales resienten los impactos de la escasez de agua en zonas altamente pobladas. Y en aquellos estados como Chiapas, Oaxaca, San Luis Potosí, Tabasco, Tamaulipas y Veracruz en los que hasta hace algunos años se caracterizaban por ser lluviosos, en este lapso las precipitaciones apenas alcanzaron el 50% de su patrón de precipitaciones.
No hay duda de que la escasez del agua –debido a la sobreexplotación de los acuíferos–, el déficit de lluvias y el cambio climático seguirá catalizando el proceso de acercarnos a escenarios más extremos por este desabasto.
Los fenómenos catastróficos derivados de la variabilidad climática serán más frecuentes en México y debemos estar preparados para ello.
No hay duda que el sector agroalimentario, entre otros, requieren ser más eficaces en la gestión de riesgos y en la atención oportuna ante los desastres naturales.
Desde que el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) realiza la medición de las precipitaciones, en poco más de 15 años, es la primera vez que se presenta una sequía prolongada y severa desde 2019, la cual afecta a las entidades otrora abundantes en lluvia. Este tipo de sequías empiezan a generar los llamados corredores secos, como hoy ocurre en Centroamérica: de Guatemala a Panamá, siendo el más afectado Honduras.
Miles de los migrantes centroamericanos huyen de sus países porque, ante la escasez de agua en el campo, no producen y no tienen otra opción más que abandonar sus territorio. Sin duda, evidencias y consecuencias del cambio climático. Aunque también se debe considerar el tema de la inseguridad y crisis económica.
El agua es la clave para la biodiversidad y máxime cuando las temperaturas siguen en ascenso como ha ocurrido desde 2019 cuando el país ha alcanzado una temperatura promedio de 27 grados Celsius. Y según los meteorólogos los niveles continuarán en aumento en los próximos años debido al calentamiento global y al fenómeno El Niño. .
De acuerdo con la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) en el país el 77% del agua se utiliza en la agricultura; 14% en el abastecimiento público; 5% en termoeléctricas y 4% en la industria. O sea, el campo necesita mucha agua para la producción de alimentos.
Con respecto a la huella hídrica desafortunadamente en el país medimos nuestra capacidad productiva en función de toneladas por hectárea o índice de agostadero. Sin embargo, tenemos que reconocer que los costos para la producción, desde el punto de vista del recurso hídrico son muy altos.
Y los ejemplos que brinda la Semarnat son muy claros, y hasta alarmantes sobre el uso de agua para producir un bien. Veamos: Para producir una hamburguesas se necesitan 2 mil 400 litros de agua; para producir un litro de leche se requieren mil litros; para producir un huevo de 40 gramos son necesarios 135 litros; para producir un vaso de jugo de naranja se requieren 170 litros; para una manzana son necesarios 70 litros. Una rebanada de pan demanda 40 litros; para elaborar una playera de algodón se necesitan 4 mil 100 litros; un vaso de cerveza de 250 mililitros necesita de 75 litros de agua; una copa de vino de 125 mililitros requiere 120 litros; una tortilla de 25 gramos necesita 50 litros; una taza de café de 125 ml, demanda 140 litros; producir un par de zapatos de cuero son necesarios 8 mil litros y un microchip, de 2 gramos, necesita de 32 litros de agua.
Este panorama de demanda de agua para la producción de alimentos y bienes demuestra el reto que enfrentará el país en los próximos años.
México está catalogado a nivel internacional como uno de los países altamente vulnerable a la falta de agua. Si bien no tenemos aún migraciones masivas por hambre y falta de agua, lo que sí está presente es la “guerra por el agua”. Existen diversos conflictos sociales por el recurso hídrico en el país. Siendo los más evidentes la lucha vecinal contra nuevos desarrollos inmobiliarios.
Sin duda, urge medir el costo del agua, máxime para producir alimentos y tal vez ahí los agricultores deben sentar la bases sus producción con base a la disponibilidad. Se trata de crear conciencia y que todos seamos más responsables sobre el manejo de este recurso natural. Pero también se requieren de políticas públicas que fomenten la innovación y revolucionen los campos tecnológicos para hacer más eficiente el manejo del vital líquido.
Mucho se habla de una agricultura sustentable, pues es el momento de conocer programas y proyectos de Estado para garantizar este esquema para los próximos 30-50 años.
Nuestra huella hídrica hasta ahora es desastrosa.