Termoeléctrica de Tula: Caso ambiental pendiente
El próximo 5 de enero se cumplirá un año desde que la presidenta Claudia Sheinbaum anunció, en Tepeapulco, Hidalgo, la sustitución total del combustóleo por gas natural en la termoeléctrica “Francisco Pérez Ríos”, ubicada a casi 8 kilómetros de la ciudad de Tula.
Por Alejandro Ramos Magaña
El próximo 5 de enero se cumplirá un año desde que la presidenta Claudia Sheinbaum anunció, en Tepeapulco, Hidalgo, la sustitución total del combustóleo por gas natural en la termoeléctrica “Francisco Pérez Ríos”, ubicada a casi 8 kilómetros de la ciudad de Tula. Este compromiso presidencial fue recibido con entusiasmo en la región y en el Valle de México, en particular. Sin embargo, la transición energética avanza a un ritmo lento y podría extenderse por varios años, incluso hasta el final de este sexenio.
De acuerdo con información proporcionada por trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), la modernización de este complejo industrial requiere inversiones multimillonarias. Actualmente, los presupuestos disponibles son limitados, lo que restringe el alcance del proyecto.
“Hasta el momento, la transformación de la Termoeléctrica de Tula se encuentra únicamente en fase de planificación. El 80% de su operación se realiza con combustóleo, mientras que el 20% restante utiliza gas natural. En consecuencia, la emisión de partículas de azufre persiste a niveles elevados, representando un riesgo significativo para la salud de millones de personas en el estado de Hidalgo y de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, también conocida como Valle de México”, me dice un ingeniero de la CFE.
Investigadores del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) han determinado que la presencia de compuestos inorgánicos de carbono, nitrógeno, dióxido de azufre, hidrocarburos, metales y partículas suspendidas en la atmósfera ejerce un impacto significativo en la función pulmonar y/o cardiovascular de los individuos. La persistencia de nubes tóxicas en la atmósfera de la metrópoli conlleva consecuencias adversas, incluso fatales, para grupos vulnerables de la población, incluyendo aquellos con afecciones cardíacas o pulmonares crónicas, menores de cinco años de edad y adultos mayores.
Adicionalmente, la calidad deficiente del aire contribuye a la prevalencia del sobrepeso, la obesidad y la diabetes, reconocidas como la epidemia del siglo XXI.
Una de las principales fuentes de contaminación que diariamente emite su nube tóxica hacia la metrópoli es la termoeléctrica “Francisco Pérez Ríos”, la cual inició operaciones en 1975 con el propósito de generar energía eléctrica para el Valle de México. El aumento del dióxido de azufre en la atmósfera se atribuye al uso de combustóleo (combustible más contaminante a nivel mundial y que cada vez es más restringido y regulado su uso), para la generación de energía eléctrica en esta planta.
Durante varias décadas, esta termoeléctrica ha contaminado a Tula y a 19 poblaciones cercanas en el estado de Hidalgo, así como al Valle de México, debido a que los vientos que soplan hacia el sur de Hidalgo recorren una distancia de 80 kilómetros hasta alcanzar la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.
En 2022, organizaciones ambientales y comunidades locales demandaron el cierre de la planta debido a su alto nivel de contaminación, ya que contribuye con más del 50% de las emisiones de dióxido de azufre (SO2) a la atmósfera.
El gobierno federal aún no ha proporcionado información clara y precisa sobre el plan de transición energética, incluyendo un calendario detallado de la fase de obras, las metas establecidas y las partidas presupuestales asignadas. A casi once meses del anuncio de la modernización de la Termoeléctrica de Tula todo sigue incierto, y mientras la contaminación sigue sin freno.
La presidenta Claudia Sheinbaum, experta en cambio climático y exsecretaria de Medio Ambiente del entonces Distrito Federal (2000-2006), advirtió sobre los perjuicios a la salud y al medio ambiente causados por la planta de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y la Refinería de Tula en la región hidalguense y el Valle de México. Asimismo, promovió en foros científicos acelerar la transición energética y modernizar sus procesos productivos de estos complejos industriales.
La Refinería “Miguel Hidalgo” (inició operaciones en 1976), también conocida como Tula, y la termoeléctrica emiten 33 veces más dióxido de azufre que todo el Valle de México. Anualmente, se generan en promedio 140 mil toneladas de dióxido de azufre y casi 20 mil toneladas de material particulado, que contaminan la atmósfera de la zona metropolitana de la Ciudad de México.
El Observatorio Ciudadano de Calidad del Aire (OCCA) ha identificado al complejo industrial de Tula como el segundo mayor emisor de dióxido de azufre en América del Norte. Asimismo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha clasificado a Tula, Hidalgo, como una de las regiones más contaminadas del mundo en términos de contaminación atmosférica, del suelo y del agua. En 2006, las Naciones Unidas designaron a la ciudad de Tula como la ciudad más contaminada del mundo. En 2019, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) emitió una advertencia declarando a Tula como una región inhabitable debido a los elevados niveles de contaminación atmosférica, del suelo y del agua.
La nube tóxica proveniente de Tula se combina con las emisiones generadas en el Valle de México por diversos sectores, incluyendo la industria, el transporte, los servicios, la vegetación y los suelos.
En respuesta a esta situación, la Semarnat opera una red de monitoreo atmosférico en municipios de Hidalgo con el fin de detectar las concentraciones de partículas suspendidas menores a 10 micrómetros (PM10) y menores de 2.5 (PM2.5), ozono (O3), dióxido de azufre (SO2), dióxido de nitrógeno (NO2) y monóxido de carbono (CO) en la atmósfera. Las autoridades han comprobado que las concentraciones de estos contaminantes representan un riesgo significativo para la salud pública.
En consecuencia, se requiere la implementación de programas exhaustivos para abordar las emisiones locales, asegurando su cumplimiento con las normas de salud establecidas. Además, es fundamental el diseño de planes de contingencias atmosféricas para el estado de Hidalgo con el objetivo de proteger a la población.
OTROS CASOS RELACIONADOS CON LA MALA CALIDAD DEL AIRE
En la última década, diversos estudios realizados en Estados Unidos, España, China y otros países han determinado que la contaminación atmosférica es responsable de causar diversos trastornos metabólicos e inflamatorios que desencadenan el sobrepeso, la obesidad y la diabetes, los cuales se han convertido en un serio problema de salud pública. Este fenómeno se suma a los males congénitos que presentan algunas personas, quienes desde temprana edad ya muestran signos de obesidad.
Este problema no es menor en las metrópolis, habiendo sido superado únicamente por la pandemia del COVID-19. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), Estados Unidos y México lideran a nivel mundial los casos de obesidad en su población adulta. Este representa un serio problema de salud pública que, en el caso mexicano, ha rebasado la capacidad del sistema de salud.
La Universidad Case Western Reserve, institución privada de Estados Unidos, difundió en 2020 los resultados de una investigación con ratones, en la cual concluyó que existe un mayor riesgo de obesidad y diabetes al convivir con exposiciones prolongadas a la contaminación atmosférica.
Dicho estudio fue publicado en el Journal of Clinical Investigation, y los investigadores determinaron que, debido a factores ambientales a nivel mundial, la prevalencia de obesidad se ha triplicado desde 1975 en adultos y menores de edad. Adicionalmente, advirtieron que a la obesogenicidad no se le ha dado la importancia que merece debido a la escasa evidencia epidemiológica.
La Universidad de Washington, institución pública de los Estados Unidos, se ha sumado a la creciente evidencia que relaciona la mala calidad del aire con la prevalencia de la diabetes a nivel mundial. El Dr. Ziyad Al-Aly, investigador principal del estudio, destacó que en 2016, la contaminación atmosférica contribuyó a un aumento de 3.2 millones de nuevos casos de diabetes. El estudio, publicado en la revista especializada The Lancet Planetary Health, también advirtió sobre el incremento de casos de diabetes en países con menores recursos.
En 2019, el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) corroboró estas conclusiones mediante un estudio realizado en 2,660 niños de entre 7 y 10 años de edad, provenientes de 39 escuelas primarias de la ciudad de Barcelona. La singularidad de esta investigación reside en su enfoque en el entorno escolar, revelando una correlación entre la exposición prolongada a la contaminación del aire y el sobrepeso.
En diversas entrevistas que me concedió el Premio Nobel de Química 1995, Mario Molina (1943-2020), el científico advirtió sobre los efectos adversos de la mala calidad del aire, derivados de la quema de combustibles fósiles, en la función pulmonar y el sistema cardiovascular, particularmente debido a la contaminación por partículas PM2.5.
Asimismo, el Dr. Molina relacionó los problemas de obesidad y diabetes con factores ambientales y genéticos.
El Dr. Mario Molina, reconocido científico, enfatizó la necesidad imperiosa de implementar monitoreos más rigurosos y un control normativo más estricto sobre las sustancias peligrosas, tales como el benceno, tolueno y xileno, entre otros compuestos volátiles aromáticos. Estos compuestos, generados por la quema incompleta de combustibles fósiles, la fabricación de pinturas y el uso de solventes, son reconocidos como agentes carcinógenos que contribuyen al desarrollo de cáncer de pulmón.
De acuerdo con estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que anualmente fallecen aproximadamente 7 millones de personas a nivel mundial debido a enfermedades asociadas a la contaminación atmosférica. Cabe destacar que el 92% de la población mundial se encuentra expuesta a aire contaminado.
En el contexto de la Ciudad de México, se observa que, durante contingencias ambientales caracterizadas por elevados niveles de ozono o partículas PM-10 o PM2.5, se implementan medidas para reducir la circulación vehicular. Sin embargo, se percibe una falta de proporcionalidad en la atención que se brinda a otras fuentes de contaminación, como las industrias. Por lo tanto, resulta fundamental la actualización del inventario de emisiones para fundamentar un ajuste a las normativas ambientales vigentes.
Las ciudades mexicanas que presentan los niveles más altos de contaminación atmosférica son: Monterrey, Tijuana, Ciudad Juárez, Guadalajara, Saltillo, Monclova, Minatitlán, Coatzacoalcos, Puebla, Lerma-Toluca, Ciudad de México, Tula, Salamanca, Tampico-Altamira y Lázaro Cárdenas.