Tragedia ambiental en el Cofre de Perote, Pico de Orizaba y en el Izta-Popo

En las últimas tres décadas se ha escrito mucho sobre el cambio climático y de cómo impacta con temperaturas altas récord en la atmósfera, tierra y mar, sequías prolongadas, deshielo de glaciares, tormentas más intensas y el creciente nivel del mar, entre otros fenómenos. 

masclaro.mx
today 08/03/2025

Por Alejandro Ramos Magaña


En las últimas tres décadas se ha escrito mucho sobre el cambio climático y de cómo impacta con temperaturas altas récord en la atmósfera, tierra y mar, sequías prolongadas, deshielo de glaciares, tormentas más intensas y el creciente nivel del mar, entre otros fenómenos. Sin embargo, hay casos muy particulares por su ubicación regional, pero con impactos globales, que pocas veces se convierten en temas de agenda nacional, un tanto por las omisiones de los políticos, y por la otra, debido a las flaquezas del reclamo social organizado.
Hablamos de los parques nacionales, que en el caso de México no están en las prioridades de una agenda de Estado de seguridad ambiental. Somos un país en que cada año se incrementa la escasez de agua, principalmente, en las ciudades capitales muy pobladas y con robustas economías, pero a esas fábricas de agua se les deja que, la misma acción del hombre, las degrade o las destruya.
Tal es el caso del Parque Nacional Cofre de Perote, en el estado de Veracruz con una superficie de 11,700 hectáreas, y que enfrenta una situación crítica debido a la incesante tala ilegal y al cambio de uso de suelo, pues se ha incrementado la agricultura y la ganadería en lo que antes era suelo boscoso. Se estima que anualmente se pierden 200 hectáreas de bosque por estas actividades, lo que impacta a la flora y fauna nativa. Y los esfuerzos para reforestar este parque se quedan cortos ante la magnitud del ecocidio.
Los ejidatarios de la región del Cofre de Perote se quejan de la falta de vigilancia y de operativos en el bosque, pero también se sabe que hay grupos de ejidatarios vinculados a los taladores. 
Otra situación similar enfrenta el Parque Nacional Pico de Orizaba, ubicado en los estados de Veracruz y Puebla con una superficie de 19,750 hectáreas; en los últimos 10 años ha perdido casi 5,700 hectáreas de bosque debido a la tala clandestina, incendios forestales y al cambio de uso de suelo. Además, el Pico de Orizaba, con una altura de 5,636 metros sobre el nivel del mar (es el volcán más alto de México y el tercero más alto en Norteamérica), enfrenta los impactos del cambio climático, ya que en los últimos 50 años ha perdido tres de sus cinco glaciares. La deforestación contribuye al cambio climático y acelera la pérdida de biodiversidad y afecta la recarga del acuífero.
En suma, los cambios de uso de suelo enfocados a la ganadería y la agricultura, así como la tala clandestina, plagas e incendios forestales se han encargado de disminuir y degradar amplias superficies de masa forestal. Y este daño está vinculado al clima y al agua. El impacto es regional y global, la estabilidad ambiental está en riesgo. Es como una tormenta perfecta que se avecina, la tenemos enfrente, pero la gente no ve fácilmente hasta que impacta y golpea a la estructura social.

OTRO CASO

En las últimas cuatro décadas, en el Parque Nacional Iztaccíhuatl-Popocatépetl (creado en 1935 para proteger la Sierra Nevada y en 2010 declarado por la UNESCO como Reserva de la Biosfera Los Volcanes) con una superficie original de 96 mil 600 hectáreas, pero actualmente posee 39 mil 819 hectáreas, ya que en 1947 se le redujeron por decreto gubernamental sus límites ‒igual que otros parques‒, para permitir la explotación forestal a las fábricas de papel. El 11 de febrero de 1992, durante el gobierno de Salinas de Gortari, se publicó el Acuerdo en el Diario Oficial de la Federación en el que se declaraba extinguida la Unidad Industrial de Explotación Forestal, que tuvo a favor las Fábricas de Papel de San Rafael y Anexas, S.A.
Este parque nacional es una importante zona de recarga del acuífero que abastece a los valles de Puebla, Morelos y Estado de México –estados en los que se ubica‒, pero en amplias extensiones sobresale la superficie erosionada, que impide la infiltración del agua pluvial al subsuelo. Existen áreas, donde antes se erigían robustos árboles, que ahora cedieron la superficie a los pastizales, los cuales son el alimento para la ganadería extensiva.
Además, otro enemigo de este bosque es la propia gente, que por años lo ha maltratado al contaminarlo con basura, por el robo de tierra, la extracción ilegal de material pétreo como grava, arena y balastre, así como el despojo de flora y fauna.
Este parque nacional (como la mayoría de los 67 que tiene México) ha sido poco valorado por las autoridades federales en turno, y cada vez es más vulnerable por la actividad humana ‒ejidatarios de la región y personas externas‒, ya que la explotación irregular de madera con fines comerciales se mantiene y los cambios de uso de suelo siguen sin freno afectando la biodiversidad y los servicios ambientales que brinda esta zona natural.
Existe un factor de fondo que se debe considerar con los parques nacionales ‒y que algunos investigadores han señalado con oportunidad‒, y es la cambiante política sexenal, y como estas zonas no contribuyen a la economía nacional, entonces no se les ha dado la importancia que merecen. 
En los Planes Nacionales de Desarrollo (PNAD), de cada sexenio, no se define ninguna estrategia para los parques nacionales, y en el mejor de los casos, los gobiernos locales sólo los promueven como espacios para el turismo de campo que se focalizan en pequeños espacios, y el resto de la superficie se le deja a la deriva.
A la fecha los PND son pronunciamientos políticos (como en el sexenio anterior), y ahora este gobierno federal lo generaliza solo con buenos deseos pero sin metas medibles por regiones. No existe un sistema de planificación en lo que realmente necesita México.
Si bien es cierto que existen programas operativos anuales y planes de manejo para estas áreas naturales, éstos se quedan cortos por la falta de presupuesto y de recursos humanos. 
Algunos esfuerzos privados han sobresalido para la conservación de los bosques, pero no están en la estrategia nacional.
El marzo de 2008, las entonces autoridades de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) firmaron un convenio con la Fundación Produce Puebla, AC, y Volkswagen-México para impulsar un plan de restauración ambiental en una superficie de 200 hectáreas del Parque Nacional Izta-Popo a más de 3,900 metros sobre el nivel del mar. Y el convenio otorgó el resguardo de las 200 hectáreas por 10 años a VW-México
El corporativo automotriz aportó 400 mil dólares para la plantación de 300 mil pinos de alta montaña ‒tarea que cubrió durante dos años‒, y proyectó la construcción de 11 mil fosas de captación de agua pluvial y de deshielo para infiltrarla al acuífero, y se le dio mantenimiento a otras 25 mil fosas que habían sido construidas durante los gobiernos de Zedillo y Fox.
Si bien se trató de un esfuerzo loable, este proyecto de restauración ambiental se enfrentó durante y después del proceso de reforestación a la incesante práctica de la ganadería, que pese a un cerco de púas con postes de acero que se le instaló al perímetro de trabajo de 10 kilómetros lineales, casi todos días se tenían que estar sacando a los animales que sus dueños soltaban para devorar pastizales.
La empresa BIMBO también reforestó 1,800 hectáreas en dicho parque con más de un millón de ejemplares. Y también otras empresas y bancos se han sumado a los esfuerzos de reforestación y de educación ambiental, pero estas acciones terminan siendo esfuerzos parciales, ya que no se incluyen en estrategias de Estado.
El crecimiento de los asentamientos humanos, en estos tres parques nacionales, se ha generado se forma desordenada lo que eleva también la degradación de los bosques
Ante los serios retos que impone el cambio climático, es fundamental promover la conservación comunitaria en los parques nacionales y retornar el modelo ‒como lo plantean algunos investigadores‒, del área de nidación de la mariposa monarca, y para ello se deben ubicar zonas de alto valor dentro y fuera del parque. Este tipo de modelos se deberían empezar a replicar en todos los parques nacionales e incluirlos en los Planes Nacionales de Desarrollo.